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domingo, 2 de diciembre de 2007

LA IGNORANCIA DE LA DESMEMORIA

(Mario Sánchez)

Todo lo que has perdido, me dijeron, es tuyo.
Y ninguna memoria recordaba que es cierto.


José Emilio Pacheco


Se ha convertido en lugar común decir que se debe recordar el pasado para no cometer los mismos errores, y como frase iterada hasta el cansancio se ha quedado vacía. La repetimos y la repetimos y la repetimos hasta extenderla en un llano que nunca cae a los desfiladeros de la tierra. Pero escudriñar en la planicie de dicha frase nos obliga a otorgarle la certeza que conlleva. Dónde estás memoria, se dice el desmemoriado y olvida la pregunta. Porque el recuerdo se escapa y nos deja a su contraparte como abrigo, y de olvido se viste el único animal que cae dos veces en la misma zanja.

El domingo dieciocho de noviembre un grupo de alrededor de ciento cincuenta simpatizantes de López Obrador (¿juaristas?) se encontraban reunidos en la llamada Convención Nacional Democrática. Indignadísimos irrumpieron en la catedral, motivados por la provocación del repiqueteo de las campanas que se extendió y no permitió escuchar a los oradores de dicha convención. No sé si es porque me gusta el sonido de las campanas, pero las razones me parecen parcas, en los huesos y agusanadas. Sin embargo, por qué no pensar también en el hecho de la provocación. Las cartas están puestas sobre la mesa y es una de esas discusiones que andará en círculos hasta que se desgaste y se olvide.

Ya se ha visto demasiado de este juego de risa, ya hubo demandas, discusiones, fotos para la prensa, peticiones, declaraciones y todo aquello digno de un pleito de “siempre ocupa los lavaderos y no me deja lavar mi ropa”; ya la catedral se cerró como niña arredrada por el monstruo del armario, ya fue reabierta… Podríamos hacer análisis y juicios sobre lo reprobable de este suceso; podríamos ser imparciales o decir “me da igual”; podríamos repartir las culpas que a cada quien le corresponden y seguir así hasta el cansancio de mis dedos o de su ojos frente a la pantalla. Pero las cosas van más allá de la miopía, no se trata de entender el suceso aislado como un hecho presente que los medios de comunicación explotan como si fuera algo nuevo, nunca antes visto. Creo, en realidad, que es aquí donde debe tener su participación la memoria.

Cavar en el recuerdo y encontrarle la raíz nos dice mucho más que las hojas altas del árbol. Pero siempre miramos el verde de arriba. Como bueyes aramos en línea recta sin volver la mirada. Es cierto que las grandes discusiones se presentan, evolucionan y se repiten, es en la banda de Moebius donde buscamos la razón de por qué y para qué (¿es la falta de memoria inherente al ser humano?), pero los puntos que ya han sido concretados y aceptados también se nos olvidan y “ai va la burra al trigo”.

En 1825, en Guadalajara, se publicó un texto denominado Conjuración del polar contra los abusos de la Iglesia, escrito por un hombre de familia acomodada llamado Anastasio Cañedo, quien en sus primeros escritos firmaba como El polar para mantener el anonimato y evitar afrentas. El autor en dicho texto hace una denuncia férrea contra todas aquellas trabas que la religión y la Iglesia ponen a la concreción de los fines de la independencia; a la estructuración de una nación independiente. Parte del punto donde las religiones, en todos los sentidos, son el gran mal que afecta al mundo y por supuesto a México: “Todas las religiones del mundo han dado siempre origen al trastorno de las sociedades, y sus crueles sacerdotes, para defenderlas, han agotado en su favor todos los recursos de la superstición”. “Yo me desconsuelo siempre al ver mezclados entre nuestras leyes constitucionales, artículos que solo hablan de religión.”. Y así, en este tono de discurso, Cañedo va desmenuzando uno a uno los males que detienen el avance de la sociedad: Se opone terminantemente al pago obligatorio del diezmo que empobrece a la gente (en esta época la Iglesia cobraba hasta por respirar); censura la autoridad del Papa sobre las propiedades del hombre, y así continúa oponiéndose y proponiendo un gran número de cosas que atañen a los abusos de la Iglesia. Ésta, por su puesto, refuta la postura del autor y lo amenaza (si logran saber de quién se trata) de castigos severos y, claro, la excomunión. Al final de otro escrito muy similar, Anastasio Cañedo con una burla inteligentísima dice que seguirá denunciando al igual que estará en los templos de quienes lo amenazan, pues nunca sabrán su nombre y, entonces, los mismos que lo reciben con las puertas abiertas, ignorarán que tienen al mismísimo diablo en su seno.

Más allá de la defensa de los intereses del pueblo y el despojo del yugo eclesiástico para lograr los fines independentista y la estructuración y avance de la nación, en este texto ya hay un conato importantísimo de lo que después será la separación de la Iglesia y el Estado. No se plantea tal cual, es decir, textualmente no se menciona y hasta parece contradictorio que el autor vaya a misa mientras está inconforme. Sin embargo, con las propuestas y las denuncias planteadas ya se está iniciando la discusión de la injerencia de lo religioso sobre las cuestiones que le pertenecen estrictamente al Estado. Esta discusión se repitió durante varios años más e incluso con Comonfort, donde ya parecía llegar a algo concreto, se quedó en vilo. Pero en el gobierno de Juárez (1859-1863), en términos estrictamente normativos, se estableció en Las Leyes de Reforma la separación de la Iglesia y el Estado.

Podríamos extendernos en sucesos históricos entorno a este debate, sin embargo creo que el ejemplo es claro y concreto. Y es por estas razones que no sé si reír o llorar ante este merequetengue del dieciocho de noviembre. Ya aseguró el jefe de gobierno cámaras y seguridad al estilo “aquí tenemos el eslabón perdido” (¿podré pedir lo mismo para mi casa?); ya se regodearon y salieron en la foto los que querían sus cinco minutos de fama; ya Norberto se martirizó hasta el cansancio; ya los partidos políticos se dieron a notar como si de veras brillaran; ya… por favor. Sinceramente, me da tristeza que se haga de esto un hecho importantísimo, no porque no tenga, en el sentido social, político y cultural, las repercusiones debidas de cualquier manifestación y muestra de violencia, que por ese lado es evidente que tiene mucho valor y sabemos que cualquier pleito de vecindad es reprobable. Lo que me entristece es la perdida de lo humano, de la memoria; el triunfo del olvido, del desmemoriado. Porque esto es la repetición de lo que en el pasado supuestamente ya había quedado claro. Pero se olvida, se repite, se eleva hasta los actos penosos, como hombres la ignominia. Y se sigue andando de frente porque el tiempo no repara, se camina enceguecido y a cuestas se lleva la ignorancia de la desmemoria.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Debía estar más que superado en ambos bandos pero la inercia popular es terca.
"De la ignorancia como de la religión mientras más lejos mejor."

Anónimo dijo...

No se, pero si realmen