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miércoles, 14 de abril de 2010

De la desinformación a la abierta mentira


El pasado lunes doce el Vaticano dio a conocer una especie de manual dirigido a sus iglesias donde establece los pasos a seguir en los casos de denuncias de casos de abuso sexual por parte de sacerdotes y llama la atención que la instrucción es dar aviso a la policía y a las autoridades civiles lo que representa un importante e histórico avance toda vez que esta superstición religiosa organizada venía ejerciendo impúnemente una especie de fuero clerical al encubrir a los delincuentes dentro de su estructura. El vocero Tarcisio Bertone, y aquí la mosca en el arroz, pretendió relacionar a la pederastia con la homosexualidad más que con el celibato, ignorando que quienes abusan de menores son heterosexuales. Aquí en México la llamada "conferencia del episcopado mexicano" salió a "pedir perdón" por los abusos sexuales pero pretendió justificar la pederastia embrollándose en una explicación ambigua e incoherente refiriéndose a la "liberalidad" sexual de la sociedad y a la falta de educación sexual en hogares y escuelas, educación sexual que estos sujetos han anatemizado y a la que se han opuesto sistemáticamente. Como quiera que sea, los anquilosados cimientos de esta milenaria y oscurantista "institución" se estremecen. Renovarse o morir.









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martes, 6 de abril de 2010

COLUMNA INVITADA



Entre sotanas
Por Federico Reyes Heroles

Todo niño es símbolo de inocencia, de ingenuidad, de desconocimiento de los horrores de la vida. El abuso o peor aún la violación de un niño es una de las peores degradaciones del ser humano. El que abusa o viola a un menor padece de un severo trastorno, está enfermo, lo cual no justifica sus actos. La Iglesia Católica se encuentra hoy inmersa en un verdadero escándalo mundial y en un dilema ético sobre el cual todos debemos tener claridad.

Es la pederastia una depravación exclusiva de los medios religiosos, en particular de la Iglesia Católica. No es la respuesta. Se trata de una depravación universal que toca a países pobres y ricos, de todos los continentes y con culturas muy diversas. Sin embargo el actual desfile de horrores se ha presentado predominantemente en países desarrollados (Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, Irlanda, Portugal, etcétera) o en vías de desarrollo como México. La pobreza no aparece como explicación. ¿Habrá pederastia en países pobres, en África? Por supuesto, pero parte de lo doloroso del caso es que el desarrollo, la educación, la información, no pudieron, ya no digamos suprimir, pero por lo menos controlar la incidencia. Son cientos de casos desde hace décadas.

Peor aún, el cristianismo es considerado una de las corrientes de pensamiento con mayores impactos civilizatorios. Todos los grandes tratadistas del pensamiento occidental como Arnold J. Toynbee o Norbert Elias, por citar a un par, atraviesan por el necesario registro del pensamiento cristiano. El efecto del cristianismo en la concepción de igualdad del ser humano y en las reivindicaciones de derechos innatos es innegable. Las confrontaciones que esa visión del mundo trajo en capítulos históricos tan complejos como la conquista siguen siendo apasionantes. De pronto es en el seno de la principal institución cristiana, por el número de sus seguidores, donde aparecen los casos de barbarie que hoy tienen al orbe conmocionado. Por cierto no soy creyente y por lo tanto no mantengo relación con ninguna iglesia.

Algunas personas han tratado de explicar ese horror, la pederastia, aludiendo al celibato como condición provocadora. Luis de la Barreda, el brillante jurista, ha argumentado sólida y limpiamente. El degenerado de Marcial Maciel tuvo varias esposas o lo que hayan sido y eso no frenó su depravación. De la Barreda nos da otro argumento, en Alemania, único país con seguimiento puntual de las denuncias por ese crimen, sólo el 0.04 por ciento de los casos involucra a curas (La Razón, 02-04-2010). Pero entonces, ¿cómo explicar la concentración de casos? Ahora sí comienza la tragedia. Pederastas ha habido y habrá. El problema es quién les da cobijo, quién los protege, quién oculta el horror por cuidar otros intereses. He allí la infamia mayor.

Ya no son uno o dos casos aislados, estamos frente a un encadenamiento de ocultamientos que va desde los niveles más bajos hasta la Santa Sede. No es que se hayan conocido unos a otros, que hubieran fraguado un complot no, es algo aún más grave. Estamos frente a una jerarquía de valores perfectamente estructurada y milenaria. No hubo una convención para ocultar o defender a los pederastas, no la necesitaron. Cada jerarca eclesiástico, ya sea en Boston o en Londres o Dublín o en Ciudad de México reaccionó con el mismo principio rector: primero va la iglesia, después el derecho de los estados y, finalmente, las víctimas. El eje del pensamiento es el más burdo corporativismo que pisotea los derechos individuales con la meta de protección del conglomerado y de conservación del poder. No es que se haya descubierto a 10, 20 o mil pederastas en una institución de millones. Es aún más grave, quedó desnuda una forma de leer la vida: primero va la iglesia, la corporación, el interés grupal y después la defensa del individuo, del ser humano.

El letargo en las reacciones del Vaticano y hasta del arzobispo primado de México exhibe el frío cálculo en defensa de la institución. Que nadie se llame a engaño, primero va su iglesia, van ellos, después vienen los demás, los seres humanos comunes y corrientes que fueron violados o sometidos a vejaciones e infamias, esos que podrían ser nuestros hermanos o hijos. Ése es el dilema que enfrentó Wojtyla y que resolvió a favor de la iglesia. Es el mismo que encara Ratzinger, la defensa de su corporación, de sus burocracias, de los ingresos de los que viven o una actitud de principios universales en los cuales la pederastia, por lo visto no sobra decirlo, no cabe.

No se trata entonces de una o muchas historias de depravación. Se trata en todo caso de una historia de ocultamiento institucional, como ocurrió con el Holocausto con Pío XII: supieron, lo sabían y lo ocultaron para proteger a su corporación. Entre las sotanas había algo más que un pene excitado, entre las sotanas hubo complicidad inhumana, hubo sometimiento de lo menor, el ser humano, frente lo mayor, la corporación autodesignada para redimir al hombre. Amén.













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sábado, 3 de abril de 2010

COLUMNA INVITADA


Juan Pablo
Por Sergio Sarmiento

"Mucha gente sinceramente no quiere ser santa, y es probable que algunos que logran o aspiran a la santidad nunca hayan tenido mucha tentación de ser seres humanos".

George Orwell


Ayer se cumplieron cinco años de la muerte del papa Juan Pablo II. Cuando falleció el 2 de abril de 2005 la multitud reunida en la plaza de San Pedro empezó a corear el lema "Santo subito". La exigencia era que el Vaticano procediera con rapidez a beatificar y canonizar al papa que dirigió la Iglesia Católica durante 26 años, del 16 de octubre de 1978 hasta su muerte.

Durante un tiempo pareció que el gran obstáculo para la beatificación y la canonización de Juan Pablo sería la comprobación de un milagro, requisito que el Vaticano establece para conceder estas dignidades. Otros problemas, sin embargo, están empezando a surgir. Quizá el más notable es el hecho de que durante el pontificado de Juan Pablo se registró un gran número de escándalos sexuales en la Iglesia, uno de los cuales fue el del padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo.

Puede argumentarse que el papa no tiene por qué ser responsable de las faltas personales de un sacerdote. Algunas organizaciones que buscan indemnizaciones pecuniarias, sin embargo, afirman que el Vaticano realizó un encubrimiento sistemático de las acusaciones por pederastia en contra de sacerdotes en el periodo en el que Juan Pablo fue cabeza formal de la Iglesia.

Más concreta es la acusación de que Wojtyla impidió la investigación sobre el padre Maciel. Después de que se presentaron las acusaciones en contra del fundador de la Legión de Cristo, y las víctimas y otros preguntaban por qué el Vaticano no iniciaba una investigación, la respuesta era que esto se debía a que Maciel era muy cercano al corazón del papa.

Maciel y Wojtyla se conocieron, efectivamente, décadas antes del pontificado y tuvieron una relación estrecha y afectuosa. La gran pregunta es si Juan Pablo como papa simplemente se negó a escuchar cualquier información en contra de Maciel o si, conociendo las acusaciones, prefirió ocultarlas.

Sabemos que el cardenal Joseph Ratzinger, cuando era cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el pontificado de Juan Pablo, tuvo acceso a las acusaciones y a los expedientes sobre el caso. Un año después de que llegó al papado ordenó al padre Maciel abandonar la vida pública y dedicarse a una existencia de contemplación y rezos. Inició también una investigación de la Legión de Cristo, organización que ha hecho un reconocimiento público de las faltas cometidas por Maciel.

No hay duda del carisma personal que tuvo Juan Pablo II. Su simpatía, los viajes incansables y su cercanía con la gente le dieron al pontificado un sentido que éste no ofrecía desde los tiempos de Juan XXIII. El cariño de los fieles se tradujo en la exigencia de muchos de beatificar y canonizar al papa lo antes posible.

Este proceso obliga a comprobar un milagro realizado por el candidato a la canonización. En el caso de Juan Pablo II se ha argumentado que la cura de una monja francesa del mal de Parkinson es el milagro que se busca. Pero como ocurre en todos estos casos, hay dudas muy serias de si realmente esta curación resulta un milagro. Parece ilógico que para ser santo haya que demostrar que se han violado las reglas que Dios le habría impuesto al universo.

Hoy en día, sin embargo, la gran duda sobre Juan Pablo no tiene que ver con este supuesto milagro sino con las razones que lo llevaron a evitar que se investigaran las acciones del padre Maciel cuando había un número importante de acusaciones en su contra





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jueves, 1 de abril de 2010

Judas


El "Maestro" llamó aparte al más amado de sus apóstoles una vez que el resto dormía. Ahí, en medio de la bruma espesa que oscurecía aun más la oscura noche de Getsemaní, el nazareno miró fijamente a los ojos del Iscariote...
-Judas, mi bien amado, sólo tú podrás cumplir con esta misión, no hay otro entre los doce a quien pueda yo hacerle esta petición...
-pero Maestro- replicó el aludido con angustia, -lo que me pides es imposible-
-nada es imposible si es la voluntad de mi Padre, Judas mi bien amado, es menester que perezca en la cruz a fin de que la profecía tenga debido cumplimiento...-
-¡pero señor!-
-¡Judas!, no hay tiempo que perder, habrás de ir con las autoridades del Sanhedrín y revelarles mi paradero; la guardia romana me prenderá y seré llevado al suplicio y a la muerte como está profetizado...¡Judas!, no me traiciones, júrame que lo harás...

el Iscariote no levantó el rostro para no dejar ver el profuso llanto que le anegaba, únicamente asintió lentamente, resignado y se acercó a su amado Maestro; dándole un beso en la mejilla se volvió y emprendió el camino a Jerusalém. A lo lejos volvió a escuchar la voz del bienamado Maestro: -¡Judas, no me traiciones...!

ALFONSO ROMERO



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